Desde hace unos años sólo tengo una pesadilla
recurrente: descubrir que no he acabada la carrera. Vale que me licencié tarde, mal y a rastras, pero me licencié y siempre
he tenido documentos que lo acreditan. Pero me faltaba uno: el título universitario
oficial. El que podría enmarcar, el que
debería fotocopiar y compulsar, el que mi madre me rogaba cada cierto tiempo que
fuese a buscar. Trece años más tarde de lo debido decidí dedicar la mañana de
mi 42 cumpleaños a ir a recogerlo.
Parka, tren y walkman
para aderezar debidamente el ritual.
Me lo entregaron en mi propia facultad dentro de un vulgar
sobre de la Universidad sujetado con tres vueltas de goma elástica porque no
les quedaban tubos adecuados. La funcionaria encargada de tan importante entrega
(para mí) se permitió la chanza de decirme que si hubiese ido cuando debía me habría llevado el título en un tubo. En fin…
Tras una breve visita a una foto fui a hacerme otra, no sin
antes parar en una papelería a comprar un envoltorio más solemne que el sobre
blanco. Mi plan era recurrir a los servicios de un fotógrafo callejero bastante
mítico de la zona antigua de Santiago para inmortalizar la ocasión y terminar
de conjurar la pesadilla. Al no encontrarlo en su plazoleta habitual pregunté por
él en un bar y me dijeron que esos días no trabajaba porque le estaban
cambiando una válvula. Mi gozo en un pozo. Mientras me alejaba cabizbajo el
camarero me dijo que podía hacerme una foto dos calles más arriba en un destartalado
establecimiento de fotos de carné. Le di las gracias pensando que era una
opción bastante cutre comparada con la del fotógrafo callejero. Pero fui. Y menos mal porque nada más entrar descubrí
que ese buen hombre se dedica también a hacer fotomontajes digitales compostelanos:
con Botafumeiro, con Apóstol, con disfraz de peregrino… todo un abanico de
maravillas.
Me decidí por el Apóstol, me hizo pasar a una recámara que
metía miedo y en un pispás salí de la tienda encantado de la vida. Después de un merecido café volví a casa son
la satisfacción del deber cumplido y mi madre me hizo una tortilla perfecta para
celebrarlo.
Lo de las pesadillas ya
veremos.
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