sábado, 1 de marzo de 2008

To click or not to click.

Ahora que mi sobrino se va apropiando de mi colección de clicks parece un buen momento para recuperar este textículo que escribí hace años. Como nota curiosa, apuntar que lo pillaron de mi vetusta web (siempre en obras) y lo colgaron aquí sin permiso ni firma. Por si fuera poco, de allí pasó aquí. Lo que hay que ver...


TO CLICK OR NOT TO CLICK.

Es imposible jugar con los Airgam-Boys sin perder por los menos tres o cuatro pies, los Madelman tienen tantas articulaciones que parecen epilépticos, los Geyperman sólo sirven para frotarlos con la Barbie y conducir su deportivo, los He-Man murieron de sobredosis de esteroides... Yo empecé con los Clicks y con los Clicks continúo. Sí, lo reconozco, mi querida mamá me los sigue regalando cada día de Reyes. Porque los muñecos-base se caracterizan por tener como único límite la imaginación de los que idean sus nuevas personalidades. Los Geyperman, Madelman y demás estaban incapacitados genéticamentre para llevar una existencia "civil", con su peinado a lo skin-head y sus cicatrices. Pero con los Clicks los límites se ampliaban sin cesar por todos los rincones de la tierra, el mar y sus profundidades, el cielo y el espacio exterior. Pero no sólo podías modificar a tu antojo el Espacio. Los viajes en el Tiempo eran también pan comido (con Nocilla). Y todas las alucinantes y alucinadas combinaciones que se te ocurriesen podían hacerse realidad con un solo "click".

Porque ellos forman parte de una nueva generación: el individuo entendido como parte de una sociedad mutante y llena de posibilidades. Su bajo precio (¡Bendito Plástico!) hacía posible que todos tuviésemos algún Click y los sometiésemos a todo tipo de vejaciones con el fin de comprobar su interacción con el fuego, el agua, la plastilina y los impactos más o menos violentos. Todos aparecen sonrientes: el Rey Arturo, un granjero manco del Far West o un intrépido astronauta. Su destino es lo de menos, ellos lo aceptan con resignación y alegría, aprovechando el momento, sabiendo que con cambiar de indumentaria podrán ser reinventados. Porque así es en realidad: un individuo está determinado únicamente por una serie de factores aleatorios que pueden cambiar en un momento. Lo ideal sería intentar destilar lo positivo de cada encarnación y, si uno no se encuentra cómodo, reinventarse a su gusto. ¡Viva la diferencia!

Imagina un parque infantil lleno de alegres Mini-Clicks jugando en los columpios. Imagina ahora que aparece un tío tan sonriente como ellos que lleva una pistola y un cuchillo. Imagina un coche de policía que descubre al sospechoso. Imagina que todo está siendo grabado por un cámara desde un helicóptero. Imagina que el helicóptero se estrella contra el coche de policía. Imagina que una de las Clacks es Nikita. Imagina que reduce al malo-maloso. Imagina que se marcha en su nave espacial. Imagina, imagina, imagina.
¿¡Y EL BARCO PIRATA!?

Aunque el mundo era entonces aceptablemente maravilloso y lo peor que podía pasar era una visita al dentista, una negra nube se cernía sobre mi hogar todas las Navidades: Cada año mis Clicks ampliaban sus dominios y posesiones en mi habitación, pero nunca lograron hacerse a la mar en el barco pirata.

Aún ahora me siento emocionalmente unido a todos aquéllos que me confesaron durante una borrachera que ése era también su trauma infantil por excelencia (a uno de ellos se lo regalamos el año pasado). Cuando iba a casa de mi vecino a jugar con los Clicks siempre me negaba a tocar siquiera el barco pirata. Y además le robaba un par de colts, que se cotizaban bien por lo fácil que era perderlos. Para que aprendiera, el jodido estúpido presumido.

Podías tener toda la colección de vehículos terrestres, acuáticos o aéreos, pero nada era comparable al barco pirata. Me imaginaba a mí mismo pasando tardes enteras, no ya jugando con él, sino simplemente intentando colocar todas las velas con todos aquellos hilos que, enmarañados, se morían de asco en una esquina de la habitación de mi opulento vecino, que Satán lo confunda. Más de una pedrada recibió como compensación, el cabronazo. No es que le guarde rencor, que también, es que me intriga saber si a él también le quedó el trauma de algún juguete inalcanzable o tuvo una infancia perfectamente feliz, el hijoputa.

NUEVOS MICROMUNDOS

Aunque empezaron siendo un juguete para niños, con sus prototipos y sus héroes, como toda especie que pretenda sobrevivir en estos turbulentos tiempos que corren, tuvieron que evolucionar (de Famobil a Playmobil, uno de esos misterios insolubles de la infancia), incorporando elementos como las Clacks y los Mini-Clicks (¿por qué ignorar el 50% de mercado que representaban las niñas?), manos giratorias, todo tipo de pigmentaciones y pilosidades, complexión más robusta, miles de nuevas personalidades... hasta llegar a los CD-rom o los parques de atracciones. Poco que ver con la versatilidad básica y el espíritu democrático que ofrecían en un principio. No hay más que comparar el antiguo hospital con el moderno quirófano. Otro de los avances fue incorporar incluso un pequeño motor que te convertía directamente en mero espectador: la tabla de windsurf, por ejemplo.

Hoy en día, en el floreciente imperio de Playmobil (que según su web utilizó 8500 toneladas de plástico en 1999), cada nuevo personaje es más una pequeña escultura de plástico completa en sí misma que un individuo dispuesto a adaptarse a una microsociedad regida por un único y todopoderoso Dios: uno mismo. Mejor no sacar conclusiones sociológicas sobre el cambio de directrices.

Y qué decir del desafío constante que los diseñadores afrontan para lograr reducir un objeto más o menos cotidiano a una forma básica pero perfectamente reconocible para los usuarios de todo el mundo. Herramientas, armamento, menaje, indumentaria de todo tipo, miles de accesorios intercambiables que puedan ser además asidos por cualquier "mano". ¿Por qué no un astronauta negro pescando asteroides con su caña? ¿Por qué no una mujer sheriff que hace surf? ¿Por qué no un esquiador sin brazos arrastrado por una jirafa? ¿Por qué no?

Para terminar este panegírico plástico he de confesar que nunca logré comprender por qué las Clacks (¿se llamaban realmente así?), tenían el abdomen en perpetua erección. Y aunque su peinado era precioso, reconozco mi predilección por las Airgam-Girls (peluquera, enfermera...), que lucían una sugerente lencería, aparte de su tipo 90-60-90.

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