Mis robos se pueden contar con los dedos de una mano. Soy demasiado nervioso y me pongo aún más nervioso. Lo único que recuerdo haber robado durante mi infancia fue una baraja de la NBA en una papelería y la fechoría no compensó ni de lejos la taquicardia y los sudores.
Conozco gente experta que ha sacado un gran provecho de su sangre fría y ha salido siempre airosa pero, durante mi adolescencia, también viví una experiencia horrible: ver cómo un amigo era pillado in fraganti en unos grandes almacenes y conducido a uno de esas frías oficinas de las que tanto he oído hablar.
En cuanto a las fotos y el arte en general, soy un firme defensor de la apropiación. Yo mismo la practico con fruición en todas sus modalidades: por azar, metiéndome de cabeza en los contenedores de basura o, como en un par de casos, robando. Por lo que recuerdo, aparte de la baraja de la NBA, lo único que he robado son dos fotografías.
Una de ellas es la foto de una novia que tuve hace un millón de años. Se la escamoteé de la carpeta del instituto y, como la cosa no duró más que un par de meses, es la única foto suya que conservo. Una amiga común la vio hace poco y me dijo que sigue igual, así que no me atrevo a subir su foto por si me denuncia o su marido me da una paliza.
La otra sí me atrevo a mostrarla. Uno de mis pasatiempos favoritos durante mis (muchísimos) años de universidad era reírme de las fotos de los antiguos estudiantes que habían cometido la imprudencia de participar en la orla de su promoción. Ni que decir tiene que decliné amablemente seguir esa tradición. Lo más habitual era mofarse alegremente de los peinados de nuestros predecesores... obviando al mismo tiempo el desprecio que el mío provocaba en mis contemporáneos.
Pero también había fotos que nos llamaban la atención por otros motivos, especialmente la belleza y la fealdad extremas. En un rapto inexplicable e inexcusable, robé la foto de la que en ese momento me pareció la chica más bonita del mundo.
Y me he propuesto devolverla. No sé si el número que figura al dorso y mi pésima memoria me permitirán devolverla a su orla pero lo voy a intentar. El motivo "inconfesable" que se oculta tras tan noble acción es apuntar su nombre y buscarlo en Google inmediatamente.
Ahora sólo falta que me pillen con las manos en la masa, con el pegamento en la mano y con la conciencia culpable. "Tierra trágame" o "misión cumplida", proximamente en sus pantallas.
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