jueves, 10 de abril de 2008

Drogas a la hora de la merienda.




El tierno infante crece rodeado de bares y estancos. Las grandes ocasiones aparecen indisolublemente asociadas al los licores y el cava, además de puros y cigarrillos. Todavía hoy el niño se hace mayor gracias a ritos iniciáticos como sus primeras borracheras, el paso del cacao al café y el acceso al tabaco.

Durante su educación ha recibido numerosas instrucciones al respecto. "La droga es mala", básicamente. Pero a través de "la otra educación" los mensajes han sido otros. Cuántas veces habrán escuchado de sus allegados frases como "un sorbito no le va a hacer daño", "hasta que me tomo un café no soy persona", "la última y nos vamos"...

Durante todo el año los anuncios insisten en la necesidad de completar nuestra dieta con "aportes extra", "bebidas energéticas", "alimentos enriquecidos", etc. Parece imposible defecar con regularidad si no es con un ayudita. Cuando el curso escolar está a punto de comenzar, aparecen los anuncios con empujoncitos químicos para ayudar a los alumnos a ponerse a tono y rendir en la escuela. Mi favorito es el que convierte a unos niños apáticos y traslúcidos en empollones hiperactivos. Me imagino que sus padres también tendrán a mano calmantes para tranquilizarlos al terminar la jornada escolar.

Pero existe todavía otra educación que forma parte de la infancia tanto o más que profesores y fiestas familiares.

Los universos paralelos a los que tuvimos acceso gracias a los tebeos y la televisión se movían en esos extraños márgenes en los que se confundían la realidad y la ficción. El paso de una a otra solía producirse tras la ingesta de las versiones actualizadas de las pócimas de las brujas y los filtros de amor de los cuentos tradicionales.

Mi generación fue la primera en vivir la primera explosión de los artilugios electrónicos y los vídeo-juegos que nos permitieron comprobar la utilidad (virtual) de todo tipo de pociones de efecto limitado. "Los videojuegos no afectan a los niños: si el Comecocos nos hubiese afectado siendo niños, todos rondaríamos por habitaciones oscuras, tragando pastillas mágicas escuchando música electrónica repetitiva" (Marcus Brigstocke). Pero esto es otra historia. No eran los laboratorios sino su entorno el que proporcionaba las sustancias que tanto gustaban a algunos de nuestros otros amiguitos de la infancia.

En su momento no resultaba inquietante pero estos son algunos de los dibujos, marionetas y actores de carne, hueso y química con los que crecí.

Uno de los primeros estimulantes que recuerdo son los cacahuetes mágicos que convertían a Goofy en Supergoofy. Los cultivaba en su propio jardín y, en cuanto tomaba uno, podía volar embutido en su ropa interior de felpa hasta que los efectos del supermaní se disipaban.

Popeye era poco más que una filfa si no consumía sus espinacas. Aunque en principio se trataba de animar a los infantes a comer más sano, está claro que quien perdió la batalla pero ganó la guerra fue Pilón: no hay más que comparar su dieta de hamburguesas y el consumo de espinacas entre la juventud.

Los Pitufos: tampoco entonces sabía nada de la relación entre determinadas setas y las criaturas diminutas avistadas por personas de muchas culturas diferentes.

Los que disfrutamos con las aventuras de Astérix y los galos soñábamos con conseguir un trago de la poción mágica que Panorámix les preparaba. Todo con ingredientes naturales y solo en caso de necesidad. La supervivencia de la identidad del poblado pasaba por conservar y utilizar la sabiduría del druida.

Las entrañables criaturas conocidas como Osos Gummy se convertían en peludas pelotas saltarinas hiperactivas al ingerir sus míticas "gummy-bayas". Los túneles que les permitían escapar de sus perseguidores eran asimismo todo un "viaje": se dejaban llevar a toda velocidad pero sin esfuerzo alguno, supongo que inundados de adrenalina. Cuántos niños se habrán intoxicado buscando los mismos efectos en los apetecibles frutos de los arbustos.

Ejemplo de glotonería y gustos peculiares, el extraterrestre ALF tuvo serios problemas en uno de los episodios de la cuarta temporada ("Hooked on a Feeling", 1989).

Se enganchó al algodón y su consumo descontrolado hizo peligrar seriamente el delicado equilibrio de su convivencia con los Tanner. Intentó superarlo en solitario curándose con pinzopuntura pero fueron el amor y la comprensión de su entorno y la fuerza de voluntad de la criatura los que lograron devolverlo al redil con la lección bien aprendida (él y los espectadores). Sin embargo, seguimos esperando en vano la rehabilitación de Triqui, aunque ahora también come cosas sanas.

Hasta el próximo programa, amiguitos, y no olviden supervitaminarse y mineralizarse.


2 comentarios :

hangtheguille dijo...

no conocía tú blog ...
te añado y te vigilaré
gracias
;)

Anónimo dijo...

te tiene vigilado, meu XD
yo lo vigilaré a él ahora que se donde anda.
fantástica la reflexión. Gracia me hace lo de que hasta para cagar bien hay que tomarse algo. Controle su tránsito intestinal, que dicen ahora.
No hay que olvidar que vivimos inmersos en una moral que vanagloria el comerse y beberse a un dios (el cuerpo de criiisto), y en la que hay grandes milagros de multiplicación de viandas.